La tragedia ocurrida en Lomas del Mirador, donde un jubilado de la Policía Federal disparó y mató a un vecino por el volumen de la música, puso sobre la mesa un problema de fondo: la desintegración de la convivencia social en contextos de abandono estatal.
Por: El Nordestino
Tras años de discurso permanente sobre el “Estado presente”, las administraciones nacionales, provinciales y municipales volcaron sus recursos a atender a todo tipo de asuntos de lo más variopinto, dejando de lado la función básica y primordial de todo Estado: garantizar la seguridad, la justicia y la convivencia. La ausencia del Estado en estos asuntos es tan flagrante en muchos municipios que los ciudadanos se ven obligados a resolver sus conflictos a solas. Ya sea enfrentándose al vecino que viola las normas básicas de respeto o, en casos extremos, recurriendo a la violencia. El relato se repite: barrios sin asfalto, sin agua potable, sin cloacas, sin seguridad. No hay instituciones que medien ni protejan. No hay policía que atienda un llamado por ruidos molestos, ni mediadores que intervengan en disputas cotidianas.
El resultado es una tierra de nadie, donde los "más fuertes" imponen sus reglas y el resto, frustrado y aislado, acumula resentimientos que terminan estallando.
El caso de Rafael Horacio Moreno, un jubilado de 74 años, harto del ruido y la indiferencia de sus vecinos, fue la punta del iceberg de un mar de fondo que se viene acrecentando en muchos barrios. “Vamos a terminar mal”, advirtió antes de disparar a Sergio David Díaz, un colectivero que intentó confrontarlo. Y efectivamente, terminó mal: con un muerto, un detenido y una comunidad más fracturada.
Sin caer en las justificaciones o incluso vitoreos que en las redes suscitó el accionar del policía retirado, lo cierto es que no fueron pocas las personas que se sintieron identificadas con la situación. Cada semana, o varias veces a la semana, en los barrios, especialmente periféricos, de las ciudades –allá donde no llega la policía, ni la municipalidad, y de suerte el colectivo– muchos vecinos tienen que soportar como el “kapanga” del barrio decide, a la hora que se le antoje, turbar la paz de todo el mundo para hacer gala de sus –muy frecuentemente pésimos– gustos musicales. No faltan tampoco los “wileros” que se pasean por las calles haciendo un ruido infernal con los caños de escape recortados… y a todo esto le sumamos que estamos en temporada de “batucadas”.
En algún momento, confundimos las libertades individuales con un libertinaje absoluto. La posibilidad de “hacer lo que se me da la gana” se ha convertido en un dogma, incluso a costa de los derechos de los demás. La música a todo volumen, las fiestas sin control, el de los 7 perros encerrados que ladran todo el día, los wileros, el “aquí mando yo”, no son solo gestos de rebeldía; son síntomas de una sociedad sin reglas claras ni respeto mutuo. Y en ausencia de un Estado que arbitre, la convivencia se transforma en una guerra de todos contra todos.
En Resistencia hace unos años se determinó que la policía no iba a atender más llamados por música fuerte. En su lugar, la municipalidad habilitó un número para hacer reclamos. Adivinen qué: no te dan bola. Y con el crecimiento de quinchos por todo el extrarradio de la capital chaqueña, menos aún. Con suerte te atienden si le pasás una dirección dentro de las cuatro avenidas: el resto, que se arregle como pueda.
Hobbes, uno de los teóricos del Estado moderno señaló, en su obra Leviatán, que el fundamento primordial de todo Estado es garantizar la Seguridad y la Justicia. Sin estos principios, la sociedad deviene en la “guerra de todos contra todos”. Un Estado, sea nacional, provincial o estatal que no esté dispuesto a asegurar estos bienes, no tiene justificación de ser.
Si bien hubo algunos episodios similares tras este hecho, ninguno alcanzó la gravedad de lo ocurrido en Navidad. No obstante, el Estado deberá recuperar su función primordial y reforzar los mecanismos de control y mediación, poniendo especial atención en las demandas ciudadanas más básicas. De lo contrario, seguiremos asistiendo a un espectáculo en el que la desidia y el "sálvese quien pueda" son los protagonistas. Al final, quizás, el verdadero milagro navideño sea que aún quede alguien dispuesto a seguir creyendo en el "Estado presente" como algo más que un eslogan para la campaña.